lunes, 10 de octubre de 2016

Yonkipur...


El valor del amor
Una conmovedora historia para compartir antes de Iom Kipur.

Había un comerciante que poseía una joyería en Israel. Un día, una niña de nueve años entró a la tienda y le dijo:
─Estoy aquí para comprar una pulsera.
Miró en los mostradores de cristal y señaló una pulsera que costaba $3.000 dólares. El hombre del otro lado del mostrador le preguntó:
─¿Quieres comprar esa pulsera?
─Sí ─contestó ella.
─¡Huau!, tienes muy buen gusto. ¿Para quién quieres comprarla?
─Para mi hermana mayor.
─¡Qué dulce! ─contestó el vendedor—. ¿Por qué quieres comprarle a tu hermana mayor una pulsera?
─Porque no tengo ni madre ni padre ─respondió la pequeña—, y mi hermana mayor nos cuida. Entonces quiero comprarle un regalo y estoy dispuesta a pagar por él.
Entonces sacó de su bolsillo un puñado de monedas totalizando casi ocho shekels, aproximadamente dos dólares.
El vendedor dijo:
─¡Huau! ¡Ese es exactamente el valor de la pulsera!
Mientras envolvía la pulsera, le dijo a la niña: ─Escríbele una nota a tu hermana mientras envuelvo el regalo.
Terminó de prepararla, se secó las lágrimas y le dio el paquete a la pequeña.
Unas horas después, la hermana mayor entró a la tienda.
─Estoy terriblemente avergonzada ─dijo—. Mi hermana no debería haber venido, no debería habérsela llevado sin pagar.
─¿De qué hablas? ─preguntó el comerciante.
─¿A qué se refiere? Esta pulsera cuesta miles de dólares. Mi hermanita no tiene miles de dólares, ¡ni siquiera tiene diez dólares! Obviamente no pagó por ella.
─Estás muy equivocada ─dijo el comerciante—. Pagó el precio completo. Pagó siete shekels, ochenta centavos y un corazón roto. Quiero contarte algo: soy viudo. Perdí a mi esposa hace unos años. La gente entra a mi negocio todos los días. Vienen y compran joyas muy caras; todos pueden costearlas. Cuando tu hermana entró, por primera vez en mucho tiempo desde que murió mi esposa, sentí nuevamente el significado del amor.
Durante las festividades, vamos donde Dios y queremos comprar algo muy caro. Queremos comprar vida. Pero no podemos costearla. No tenemos suficiente dinero para pagarla; no tenemos los méritos suficientes. Entonces nos dirigimos a Dios y vaciamos nuestros bolsillos, entregándole cualquier mérito que tengamos y algunas promesas para el futuro. “Llamaré a alguien que está solo”, “estudiaré cinco minutos más de Torá”, “seré amable y me cuidaré de no hablar lashón hará (chismes) durante una hora al día”.
Dios dice: “No sabes cuánto tiempo ha pasado desde la última vez que sentí el significado del amor”. Él ve lo mucho que lo amamos y cuánto queremos mejorar, y dice: “¿Sabes qué? Me conmoviste el corazón. Aquí tienes, está pagada”.
Esta historia fue contada por Rav Goel Elkarif, quien dijo haberla oído de la persona a la que le ocurrió.

Shalom  mis Amados #brillarunicaopcion
Isabel Lehittermann